21 octubre 2013

Crepusculo


En un halo de nostalgia translucida, volví.
Sentado a orillas del Mar Báltico  en un banco, observando un barco envuelto 
en un crepúsculo rosa gris.
Con la sirena a espaldas y en tiempo detenido.

Solo importaban la punta de mis zapatos, la solidez que me ofrecía apoyo, 
el sol de medianoche y la agradable sorpresa de la calidez de su piel rubia 
(a la que renuncie desde siempre).
Y la única marca del progresar del reloj eran los cambios en los matices de rosa 
que se tornaban violeta.

Se levanto entonces la brisa y trajo consigo imágenes de fogatas salvajes 
y el pueblo hijo de Odin.
Frío, fuego y la espera del fin del mundo entre las fauces de un lobo mítico indetenible. 
Una gótica tierra de titanes.

Flotaba sobre la superficie del mar, a solo centímetros de mi asiento, una gran pluma blanca.
Y en principio pensé que era la de un cisne.
Pero pronto se me hizo obvio que en realidad le había pertenecido a Icaro.

Y el agua, que tanto se asocia al inconsciente, me ofrecía su ultimo rastro para que no pudiese olvidar que de el solo quedaba eso.
Y que Icaro jamas fue Fénix.

No me incline a tomarla ni desistí de mi ensueño de fin de día. 
Ya el mar había hecho ofrenda al hacer retornar el recuerdo en la única persona 
a la que le importaba.

Le desee la capacidad de olvidar,
espero que le trajera eterno consuelo el movimiento suave del agua tan fría, 
a un mundo de distancia de nosotros.

Para mi serán plumas de ave majestuosa que reflejan la posibilidad de raíces inesperadas.

Sentado en mi banco helado, sosteniendo el conocimiento de mi regreso dulce amargo, 
yo no invoco mitologías ajenas.

Antes de alejarme de la orilla coloque la palma sobre la superficie fluctuante del Báltico 
e imagine la profundidad.
Esperando que así como trajo a mi, también lleve mi llamado.


No hay comentarios: