09 julio 2010

El sauce llorón...


En la muy aislada casa, a mis ojos mágica, de mis abuelos en el sur de Francia, se escondía en el jardín delantero, un pequeño sauce llorón.

Podías no verlo, disimulado por la presencia de un gigantesco y hermosísimo nogal a un costado, higueras desperdigadas, y numerosos árboles frutales altos y delicados.

Pero desde entonces los sauces de ese tipo son mis árboles favoritos. En la atmósfera salvaje e indómita de la casa y sus tierras él parecía hablarle a todos y todo en cuanto el viento se ponía en movimiento. Parecía contar secretos, misterios, consuelos y eras.

Casi podías ver entre sus hojas refugios de hadas picaras, siglos que no habían pasado, amores eternos y livianos como el aire y la frescura de cualquier futuro de paz que se te ocurriese.

Una vez me senté a su pie (hasta que me desalojó el perro de 80 kilos de la familia) y miré hacia arriba... Era una burbuja verde móvil, suficientemente sólida para que nada distinto de la tranquilidad absoluta pudiese tocarme.... Y lo hice solo una vez... Era suficiente...

Los chamanes y sus pueblos creían que todo tiene alma; animales, piedras y plantas.
Y el alma de ese sauce quedó conmigo...

Años mas tarde vi sauces llorones, muy grandes, a orillas del Tamés, en mi barrio preferido de Londres. Y a pesar de que sus copas no ofrecían ninguna protección esférica, por su altura, su susurro al mundo era el mismo... Bendiciones, secretos que debemos descubrir, besos livianos como roces...

1 comentario:

Lulu dijo...

Los sauces llorones en mi antigua casa de Bélgica siempre me recordaban a mi hermana. Ella los amó de siempre.

Pero la misma sensación que experimentas tú, la experimenté yo con un nogal que yo amaba allá... Era una grisalla de naturaleza contra el cielo gris impertérrito de esa Bélgica que se me hizo inhóspita muchas veces... y sólo en seres como es enogal, lograba atenuar.

Gracias por hacerme recordar de seres hermosos que viven conmigo...